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sábado, 14 de abril de 2012

Dos mozos de espadas idénticos


A los gemelos Antonio y Francisco Javier Rutete no solo les une su parecido físico. Trabajan juntos y comparten desde niños su pasión por el toreo. Ambos, además, tienen desde hace unos meses el carné de mozos de espadas y, sin separarse, afrontan su primera temporada.

Antonio y Francisco Javier Rutete Rodríguez son dos gemelos muy queridos en la ciudad. Con solo veinte años, están a cargo, junto con su hermana María Dolores, de un taller mecánico especializado en Opel en el polígono y, además, realizan todo tipo de servicios agrícolas. Es la parte más conocida de su currículum, pero existe otra, la que más les apasiona, que acaban de anotar a esa intensa trayectoria y que tiene que ver con su gran afición, el toreo. Los hermanos Rutete han conseguido los carnés de mozos de espadas, y lo muestran con ilusión. “Todo surgió el año pasado en una capea de Linares. Nos lo propusieron y nos indicaron cómo realizar los trámites. Lo tenemos desde hace algunos meses, y esta va a ser nuestra primera temporada”, comentan.
Otra buena noticia es que, como subrayan, ya “les ha salido trabajo”. Atenderán al novillero linarense Manuel Bautista, con el que comparten una gran amistad. También están en contacto con el matador iliturgitano David Valiente, al que ayudarán. “Estamos muy agradecidos con los dos porque han confiado en nosotros”, apuntan, y añaden que podrán realizar tareas que van desde buscar hoteles, limpiar los capotes y los trajes, ver el sorteo con las cuadrillas o “preparar la silla”.
El toreo les encandiló desde muy pequeños. Recuerdan cómo iban “cogidos de la mano” de su padre, ya fallecido, a ver las corridas. De él heredaron una pasión que aumentó con el paso de los años. “Desde niños somos abonados en Jaén y hace bastantes años también nos hicimos en Linares”, explican.
A los dos gemelos anécdotas no les faltan. Entre risas, Francisco Javier recuerda lo que le ocurrió en un festival en Martos: “Tenía siete años y me estaba comiendo un bocadillo de chóped. Cuando el torero José Fuentes terminó de matar y pasó por mi lado, le pedí la oreja. Me dijo que me la tiraba si le echaba el bocadillo. Se lo eché y me la dio. Al día siguiente fui con ella a la escuela”. En su casa, estas “dos gotas de agua” compartían los mismos sueños: ser toreros, y a eso jugaban, como rememora Antonio: “Nos poníamos a torear una silla de anea y a matar en esa silla con la espada de la Comunión. Al terminar, arrancábamos a mi madre las hojas de una maceta, que eran las orejas. La maceta al final se quedó pelada”. Y poco a poco, esos sueños de niños empezaron a hacerse realidad. SILVIA RUIZ DÍAZ / MARTOS

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